miércoles, 11 de noviembre de 2020

 TEXTO NARRATIVO DE SARA, DE 1º BACH-C

LA MUERTE DE LA ESMERALDA

Mientras los últimos alientos se le escapaban del cuerpo, no podía parar de mirar a sus ojos, esos ojos color esmeralda que estaban perdiendo la vida justo delante de mí. Solo estaba yo, solo yo podía salvarle, y, sin embargo, decidí quedármelo solo para mí.

Mi vida siempre había sido monótona, me levantaba, me ponía mi usual traje negro y empezaba a trabajar. Iba recogiendo almas todo el día, lidiando con sus pobres espíritus que no querían admitir la única realidad que les esperaba, la muerte.

A causa de mi trabajo, debo estar mucho por el mundo mortal, sin embargo, nada nunca me había llamado la atención, hasta que un día me topé con él. Aquel día, un 28 de octubre, tuve que ir a un instituto a recoger un alma de una joven que había acabado de suicidarse. Una vez llegué, me encontré la típica escena de siempre. El cadáver de la joven estaba retorcido de las más extrañas maneras y rodeado de un charco de sangre que se había tornado oscura en contacto con el césped que rodeaba el edificio del instituto. Había ya mucha gente rodeándolo, todos en estado de shock, muchos de ellos llorando y lamentando su muerte, muchos otros simplemente curioseando y fingiendo que esa joven había sido de gran importancia en su vida. Pero yo allí había ido para otra cosa, allí yo no solo veía al ya inerte cuerpo, sino que sobre él se encontraba una magullada adolescente llorando desconsoladamente y diciendo todo tipo de cosas que son demasiado fuertes para tan siquiera recordarlas. Me acerqué a ella, leí los datos de su fallecimiento como la ley me indica que haga y tras levantarse, nos fuimos de camino a su muerte. Y fue en ese momento, cuando dentro de todo el caos de la escena, lo vi a él. Un joven rubio de ojos esmeralda que simplemente miraba fijamente a la escena, sin ningún otro tipo de sentimiento más lo que fue una leve sonrisa durante un pequeño instante. Su calma, su indiferencia, su parsimonia fue lo que despertó un sentimiento dentro de mí que nunca había sentido.

Al finalizar mi trabajo de aquel día, me descubrí a mí misma pensando solamente en el joven de ojos esmeralda que había visto aquella mañana. ¿Por qué se mostraba tan impasible ante tal escena? ¿Qué había detrás de esa sonrisilla que había llegado a ver? No paraba de hacerme estas preguntas, así que decidí saltarme un poco las normas y, tras hacerme con la esencia de su alma en los registros de almas y otros espíritus, bajé al mundo mortal a observarle.

A partir de ese día, siempre que acababa de recoger las almas que me tocaban, iba a verle. Con el tiempo logré descubrir de él lo suficiente para saber que no quería pasar ningún día de mi vida sin él. Fui descubriendo su vida, sus alrededores, todas sus manías. Sabía cosas que nadie más sabía sobre él, como que vivía solo pues sus padres se habían divorciado y su padre no quería hacerse cargo de él y su madre siempre estaba fuera gastándose todo el dinero en bares o en drogas. También sabía que cada vez que llegaba a casa, ponía sobre la mesa de la cocina más sobres de facturas sin pagar y avisos del banco que se iban amontonando como si se tratase de hojas de árboles en los suelos de la calle en un día de otoño.

Yo pasaba todos los días con él, cuando él ponía música para dejarse llevar y aislarse de todo, yo bailaba con él. Cuando se metía en su habitación a llorar silenciosamente tras recibir una reprimenda y unos cuantos golpes de su madre borracha, yo estaba con él. Cuando tenía que aparentar alguien que no era en la escuela, yo estaba con él. Él vivía en una mentira, pero yo la vivía con él.

Tras unos meses, me empecé a desesperar, yo quería que él me conociese, que supiese tanto de mí como yo de él, que me quisiera tanto como yo a él. Sin embargo, no había otra opción que se muriese si quería que eso ocurriese.

Me intenté quitar esa idea de la cabeza muchas veces, pero siempre volvía con más fuerza. Estaba obsesionada con él, pero también sabía que yo podía quererle mucho más que cualquier otra persona de su alrededor.

Con el nuevo año, allá por finales de enero, tuve que ir a recoger el alma de la madre de aquel joven, que había muerto de sobredosis. Ahora el chico sí estaba solo, era mi oportunidad. Aprovechando que estaba probablemente pasando por la peor situación de su vida, podía interceder en el mundo mortal y matarlo.

Eso hice, y una semana después de la muerte de su madre, el joven subió a la azotea del instituto como hacía normalmente para despejarse cuando sus sentimientos de abatimiento y depresión se hacían demasiado visibles, y cuando se acercó al borde, aproveché y lo empujé al vacío. El joven había muerto en las mismas circunstancias que una compañera suya unos meses atrás y si investigasen sobre él, descubrirían las causas que le llevó a hacer lo que hizo, por lo que su caso no levantaría muchas sospechas.

Afortunadamente, nadie había visto caer al joven, así que podíamos estar solos durante el suficiente tiempo para llevarme su alma. Cuando bajé a verle, allí estaba su cuerpo respirando pesadamente, con sus ojos esmeralda bien abiertos, contemplando el cielo, viéndolo por última vez. Y yo me agaché hacia él, y, contemplando sus ojos, aguardé hasta que se hubo muerto. Cuando el cuerpo se quedó inerte, salió su alma y por fin logró verme. Me miró y, aunque en un principio parecía sorprendido, luego volvió a su usual indiferencia. Entonces lo cogí de la mano y me di cuenta de que ese joven que tanto ansiaba ya era por fin mío.

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