viernes, 4 de noviembre de 2022

 

Una noche dominical muy particular

 

Recuerdo que era un domingo 11, pero se me ha olvidado de qué mes. Me encontraba en la sala de espera hacía 2 horas y, a pocos minutos de abordar, me quedé inmóvil sin darme cuenta en medio de la fila. Fue en aquel instante cuando pensé en ti una vez más.

 

De repente, te pusiste a través de uno de los tantos vidrios que habían y me regalaste una sonrisa pícara; el hermoso paisaje que se reflejaba a tu alrededor terminó de adornar el bello momento. No me dejabas observar desde lo lejos mi pueblo natal, ni siquiera el caserío de Siloé sobre la lejana cordillera; cordillera lejana donde se ponía lentamente el resplandeciente sol y solo quedaban contados destellos, uno de ellos te iluminaba para poder verte más hermosa que de costumbre: parecías mi diosa, habías "bajado" del cielo para despedirte, quería abrazarte y darte un último beso antes de partir; era el último pasajero que faltaba por abordar y la gente me miraba extrañada y con rechazo. Sentían desprecio de un tarado que abandonaba a la tierra que lo vio crecer, a sus amigos y familia... al gran amor de su vida.

 

Fue entonces cuando sentí cómo corría un arroyuelo por mi mejilla izquierda y luego por la otra mientras veía cómo se iban encendiendo poco a poco las luces de la cabecera urbana capitalina. Poco a poco te fuiste desvaneciendo en el cada vez menos intenso rayo de luz, pero esa sonrisa seguía estando en tu rostro de muñeca, un rostro que muchas veces acaricié mientras te susurraba "te amo" al oído en medio de tantas borracheras. No me aguanté más y estallé en llanto del arrepentimiento tan intenso que me invadía por dentro, pero ya era demasiado tarde... o eso creí. Solo buscaba comprensión y consuelo; me bajé del avión, dejé el equipaje y el dinero invertido. No me importaba nada en ese momento. Nada más que tenerte a mi lado aunque sea por una vez más.


Justo al salir de aeropuerto, cuando estaba por parar un taxi, te vi salir de un modesto coche negro que interrumpía el patrón amarillo de todos los vehículos que estaban aparcados. En ese momento me sentí como en una carrera de atletismo mientras corría sin autorización alguna desde el punto de partida; solo quería llegar a la meta primero, quería besarte apasionadamente y pedirte perdón por mi cobardía y estupidez sin precio. Solo con sentirte junto a mí era más que suficiente, mi pirámide de Masglow se iba completando lentamente.

 

Esa fue mi historia. Ahora llevo más de un lustro "atado" y enamorado locamente de la chica que en ese momento fue la curita de mi profunda herida; de la que siempre estuvo allí para mí y que por poco la pierdo; de la que con un sonrisa y un abrazo me llena el alma y de aquella que, desde entonces, me brindó hospedaje ilimitado en su puro corazón sin necesidad de llave alguna que abra una inexistente cerradura. Simplemente es la musa y fuente de mis más grandes inspiraciones...


JHON, 1º BACH-B

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