TEXTO NARRATIVO
EN UN FUTURO.
NATALIA ROMERO
Ya era doce de septiembre, un nuevo curso, nuevos compañeros, nuevas buenas experiencias y otras quizá no tan buenas. Era el fin de un verano que todos creían que podría haber sido mejor de su vida, y acabó siendo algo más parecido a una pesadilla, o una película de terror.
Aurora estaba sumergida bajo el minúsculo mar de blanca y espumosa superficie, comúnmente conocido como la bañera de su casa, pensando si todos los sucesos que habían ocurrido con un impresionante efecto dominó durante ese año podrían empeorar. Si el mundo podía terminar en cualquier momento y todo lo que hoy conocemos, sentimos y observamos quedaría reducido a cenizas, polvo, o incluso nada.
Tal vez era una idea algo extrema, sobretodo hablando de una simple adolescente de 15 años, cuya mayor preocupación se podría pensar que eran sus estudios, o de cuantas amistades disponía para poder presumir, y así subir su estatus en un mundo que se rige por diversas clases y normas sociales que nos permiten convivir y nos hacen pelear por darnos a conocer entre nuestros iguales, sin destacar en absolutamente nada.
Salía de la bañera, dejando atrás su simple pero efectivo momento del día que utilizaba para aislarse y alejar al mundo, cuando se dirigió a su cuarto, y se dispuso a relatar una vez más otro día de su vida en ese viejo y descuidado cuaderno al que llamaba diario. Diario que había comenzado a escribir a principios de una infernal primavera de mayo, cuando su alegre espíritu y brillante sonrisa comenzaron a desvanecerse, su luz empezó a apagarse, y su vida se redujo a salir de sus oscuros aposentos para simples tareas como comer y algunas no tan importantes como ver alguna que otra película con su familia.
Fueron cuatro los meses que vivió sin ver la luz del sol de otra forma que no fuese a través de una ventana. Otros dos meses pasaron, y aún tenía miedo, dado que ella sabía que, con solo un simple descuido, como no desinfectarse al llegar de cualquier lugar, o no usar aquella agobiante mascarilla quirúrgica todos los días al salir por la puerta de su casa tendrían consecuencias. Consecuencias que podrían llegar desde un simple resfriado a una hospitalización. Por no hablar de la posibilidad de contacto con los miembros más ancianos de su familia, que podrían ser inocentemente castigados con la misma muerte.
Todo empezó realmente el año anterior, cuando se descubrió un virus originado en el país de China. Nadie estaba realmente preocupado, pues en su momento no estaba expandiéndose, algunos individuos incluso se burlaban y hacían bromas al respecto.
En marzo, empezó a correr como la pólvora, llegando desde una punta del mundo, a la otra. Cuando el mundo quiso abrir los ojos ante este terrible suceso, el virus, ya catalogado como pandemia, se había llevado cientos e incluso miles de vidas con él. Nadie estaba preparado, el gobierno tomaba medidas de todo tipo, algunas carentes de sentido, los hospitales se colapsaban, los centros de estudio se vaciaban y las personas caían enfermas una por una, como si de simples e insignificantes insectos se tratase.
Cuando los altos cargos pensaron que todo estaba por fin controlado, bajaron la guardia, abrieron las fronteras por capricho y vulgar avaricia, y expusieron las vidas de miles de personas ante un monstruo invisible pero letal, solo por ver unos cuantos billetes más en su cuenta bancaria.
Cuando volvieron a mantener la situación ya era mediados de agosto y debían empezar a preparar un nuevo curso. Querían preparar un intento de entorno seguro para los estudiantes con medidas extremadamente cautelosas. Pero no sería perfecto, la gente ya estaba comenzando a asumir por su propia cuenta los meses que llevaría a cabo un nuevo confinamiento, y sin darse cuenta, por fin llegó septiembre.
Aurora escribía con detalle en su diario como había sido su primera semana académica, contaba detalles que quizás olvidó en días anteriores y adornaba la blanca página con una excelente pero simple caligrafía. Debatía consigo misma si todo sería una simple y extraña etapa, o si tal vez sería el comienzo de un final. Sus ambiciosos deseos se habían convertido en un simple propósito, el ser paciente y esperar con ansias el día en el que por fin podría pisar el suelo de la calle con un sentimiento de libertad, y coger aire de forma que podría sentir la vida otra vez como era, mientras su luz interior volvía a ella y su sonrisa volvía a aparecer. Mientras tanto, simplemente se sentaba en una silla para admirar la noche por la ventana de su cuarto mientras se repetía constantemente a sí misma: “En un futuro.”
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