LA VUELTA A
CLASE CON EL COVID-19
ISABEL CAÑAS
Tras la dura experiencia de toda
esta nueva situación, un virus nuevo, el confinamiento, medidas sanitarias
estrictas, la incertidumbre y las noticias diarias de contagios y muertes en
todo el mundo, un fin de curso estresante y un verano atípico, toca volver a
clase.
Al escuchar las noticias tanto en
la televisión como lo que me contaban mis padres, no se sabía muy bien si
empezaríamos o no, y de qué manera. Nadie tenía ni la menor idea de cómo volver
de forma cien por cien segura. Y una semana antes de comenzar se transmitió
información sobre cómo iba a ser.
En cuánto nos avisaron de que ya se
podían ver las listas de la clase con todos los nuevos compañeros de curso,
experimenté de nuevo la sensación de nervios e inquietud que tengo siempre por
saber con quién iré. Por una parte estaba intranquila pero por otra me reconfortaba
volver a sentir emociones ya experimentadas de años atrás, que son normales, y
pensar en la vuelta a la rutina, en ver a tus amigos, compañeros y profesores
cada mañana, volver al hábito de estudiar, los nervios del día previo a un
examen, etc.
En principio, lo que más me
preocupa es la salud de mis familiares y mis estudios, ya que si esta nueva
etapa es difícil hay que sumarle la nueva situación que lo vuelve todo aún más
complicado.
En un primer momento, debíamos ir a
clase el miércoles día 9, para recoger nuestras agendas y horarios y conocer a
nuestro tutor para que nos explicara cómo han organizado todo y resuelva las
dudas. Y al lunes siguiente comenzar las clases.
Tras la primera toma de contacto,
salí contenta e ilusionada porque me quedaban unos días más de vacaciones,
aunque esa misma tarde, hubo un cambio de planes y comunicaron que se empezaba
al día siguiente (esa fue la primera decepción).
Al día siguiente, a las ocho y
media, comenzó mi primera jornada en bachillerato. Los profesores se
presentaron, nos comentaron como tenían pensado realizar el desarrollo de las
clases y muchos, por no decir todos, nos advirtieron de que nos espera un
trabajo constante y perseverante, para poder lograr unos resultados
satisfactorios.
A todo esto, siempre bajo unas
normas estrictas de comportamiento y sanitarias, como el uso de la mascarilla
en todo momento, clases únicas, la separación de caminos y circuitos a seguir
por los pasillos e higiene de manos y pupitres, pero que en algunos casos no se
cumplen por completo.
Así que la ilusión se va disipando
cada día, al comprobar que hay tantas complicaciones, tanto caos y tantos
cambios de planes sobre la marcha. Estamos condenados a improvisar…
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