viernes, 18 de septiembre de 2020

 

13 de Marzo

Jorge Juárez Torralba 1º C Bachillerato

 

         Unas semanas antes del peor día que recuerdo, todo el mundo andaba nervioso, asustado, inquieto…

         La gente que me rodeaba (y yo) parecía no querer creer las noticias que nos llegaban. Mi madre me sacaba loco, me decía que me preparase que lo que venía no era bueno. En casa nos reíamos de ella: “Ya está, la agorera. Mira que siempre igual, mami”.

         El lunes, antes del día, fui al mercado, ante mis ojos la estantería del papel higiénico vacía, harina agotada, sin gotazo de lejía. No creía lo que estaba viendo.

         Esto no podía estar pasando en la sociedad en que vivimos, cómo iba a ser posible.

         Viernes 13 de marzo, no vamos a clase. Al llegar de trabajar mi madre nos dice que nos vayamos a dar una vuelta con la bici porque vamos a estar una temporada sin ver la calle.

         A la mañana siguiente declaran el estado de alarma, no se puede salir a la calle, no podemos ir a clase, no vemos a nuestros abuelos, primos, amigos… Lo peor es que no sabemos cuándo pasará. A esta incertidumbre se suma las noticias que llegan, los abuelos de mis amigos están enfermando, gente de casa también lo pasa mal. Mi hermano y yo estamos asustados, aún así no nos quejamos, cumplimos con todo lo que nos dicen. Inventamos juegos, nos disfrazamos, usamos juegos olvidados, camino por el pasillo con mamá, tomamos un refresco en la terraza, hago una videollamada con los abuelos, la abuelita se emociona.

         Pasan los días, la COVID es cada vez más familiar a nosotros, se levanta el estado de alarma, pienso que todo ha terminado pero es mentira, es la continuación de una pesadilla…

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