Eran las siete, todavía estaban las calles vacías; era una mañana lluviosa, empezaban a caer pequeñas gotas que golpeaban fuerte el asfalto resaltando unos sonidos como de pequeñas piedras topando con los cristales de las ventanas; no era granizo, pero cada vez se acentuaba más el fuerte ruido.
Nadie se asomó a las ventanas para saber qué era aquello. La plaza seguía vacía, la lluvia, poco a poco iba haciendo pequeños estanques, eran charcos cristalinos; faltaban losas o estaban rotas y se colaba el agua reflejando como espejos caídos del cielo. De golpe, el ruido sonaba más fuerte; un vehículo penetra en la pequeña plaza, sus retrovisores grandes, sus llantas portentosas... Se entremezclan entre varios sonidos salpicados por hierros desengrasados y ese motor viejo y aburrido.
Unos pasos marcan esa mañana vacía; tres personajes jóvenes salen del auto pausadamente con extrañas sonrisas combinadas con alguna carcajada; se adentran por una de las calles estrechas que emergen de la plaza tras saludar al único ocupante que se aleja, conduciendo ese vehículo que no responde, dando saltos como si fuera a pararse para siempre.
Otra vez se quedaba la plaza vacía, sin gente, sin lluvia, pero el Sol juega con sus rayos dando una agradable luminosidad a los pequeños charcos que poco a poco dejan de brillar, dando todo su protagonismo al reluciente Sol.
-ALEJANDRO RUBIO DESCALZO 1ºCTC-
Muy bien, un 9. Tiene ciertos elementos de prosa poética.
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