RESUMEN DE LECTURA VOLUNTARIA
Una pluma de
cuervo blanco
Ya en las primeras líneas de
la obra apunta el autor, con maestría, el sentido principal del relato: el
abuelo vuelve a casa a morirse, pero antes tiene que realizar un viaje con su
nieto, Juan. Este será un viaje especial, hacia el mar, siguiendo el curso del
río. Así introduce el tópico literario «vita flumen», la vida como río,
carácter fluyente de la existencia humana, equiparada a un río que avanza sin
detenerse hasta llegar al mar, su muerte.
Desde el principio de la obra
sabemos la finalidad de este viaje: el abuelo va a morir. Pero hay una aceptación
estoica de este hecho. No se presenta la muerte como una tragedia, sino como un
acontecimiento natural, incluso afortunado: el abuelo ya ha recorrido su
camino, ahora le toca a Juan tomar el relevo. El niño, como en la vida real,
debe enfrentarse, por primera vez, a la soledad, a la muerte. Al mismo tiempo
que su abuelo, también él vivirá el trance de su propia muerte, en el sentido
ésta de transformación. Debe abandonar al niño y dejar paso al hombre, al igual
que el gusano se convierte en mariposa, acertada comparación con la que el
autor ilustra este acontecimiento vital en el que la idea de la muerte aparece
irrevocablemente asociada a la del nacimiento, como dos caras de una misma
moneda. De este modo, la obra afronta el carácter simbólico de ritual
iniciático por el que todo niño comienza a forjarse su propia identidad, a
configurarse como el ser adulto que será. Por ello, en este viaje no hay mapas,
ni rutas predeterminadas. Solo hay un objetivo, una meta a donde llegar: el
mar. Por eso, salen de casa sin saber qué dirección tienen que tomar. Sin
embargo, esto no es un obstáculo para Martín, el abuelo, para quien no hay
mejor guía en la vida que su propia intuición. La obra está llena de matices
poéticos, así, será el viento la representación del instinto o voz interior que
deben seguir para llegar al término de su viaje: «Que sea el viento el que nos
conduzca»
Este viaje es el destino
inevitable que cambiará a Juan para siempre. El abuelo lo sabe muy bien. Su
nieto se hace mayor y quiere asegurarse de que está preparado para andar su
propio camino. La relación entre ambos protagonistas es, por lo tanto, doble:
la de maestro-pupilo y la más tierna relación de amor entre abuelo-nieto. No
dudará el abuelo en forzar al niño a superar las más arriesgadas pruebas para
con ello fortalecer su ánimo e infundirle seguridad. Parece que quisiera
mostrarle los secretos que le aguardan en la vida y los misterios que esconde
la naturaleza. Es este un viaje lleno de sorpresas fantásticas donde Juan se
enfrenta una y otra vez a sus propios miedos. Un viaje en el que el niño va
creciendo en su interior deshaciéndose de sus temores con la ayuda de su abuelo
y preparándose para su regreso en soledad. Así, el viaje se convierte en una
experiencia que marca el espíritu de Juan para el devenir de sus días. Cuando
acaba el viaje, Juan no es la misma persona.
Personajes
Ya hemos hablado de los dos
protagonistas de la obra: Juan y su abuelo Martín, los personajes más redondos
de esta historia. Ellos forman parte de una galería de personajes de caracteres
muy diversos que sin duda producen fascinación entre los alumnos. Algunos nos
pueden parecer seres reales, otros en cambio son seres imaginarios o ilusorios.
No en vano el viaje se convierte a menudo en una inmersión por el mundo
interior de Juan y de Martín, tratándose, en realidad, de un viaje espiritual.
Macaria y Jerónima, tías de
Juan, son el referente familiar del protagonista. Representan la seguridad, el
hogar de donde parte y adonde regresará. Ellas cuidan de Juan hasta que llega
el abuelo a quién entregan, a su pesar, su custodia. En cierto modo, ellas
suponen el primer obstáculo que el niño debe superar: abandonar el mundo
conocido, donde posee la certeza que le proporciona la rutina, para penetrar en
un mundo de incertidumbres, lo desconocido. A través de ellas se introduce la
nostalgia, presente en toda la obra. En muchas ocasiones Juan desea regresar a
sus raíces, a su hogar.
Resulta acertada la
introducción del personaje que da título a la obra: el Cuervo. Este es el motor
que pone en funcionamiento la historia narrada. Martín hace ver que el viaje no
es decisión suya, sino de este animal que volará siempre en dirección al mar,
último destino de este viaje. Aunque el cuervo se considere en muchas
tradiciones símbolo de mal augurio, en otras es mensajero de los Dioses y del
Sol. A este respecto también existe la creencia que después de la muerte el
alma abandona al cuerpo en forma de pájaro. Y no será este la única ave que,
con su vuelo, marque el ritmo de la obra. Habitualmente, a lo largo de la
peregrinación de los personajes principales, en los momentos de mayor angustia
acude un animal a resolver la situación, convirtiéndose en símbolo de
salvación. Es lo que ocurre con la abubilla, Upupa Epops, quien alivia la herida
en la nariz de Juan; o la cigüeña que proporciona alimentos como culebras,
gusanos, ratones, ranas o lagartija cuando Martín y Juan están presos en una
red durante quince días. Nada es imposible en esta historia.
Destaca como personaje, por
su grandeza, el oso de Orácula, Boluk, a quien está dedicado el segundo
capítulo. La primera sorpresa de Juan es comprobar cómo su abuelo puede hablar
con los animales. Este episodio supone la primera lección para él: ha de
confiar en la vida.
Otros animales que aparecen
en el escenario de la historia son: los caracoles que van dejando el rastro que
ilumina el camino de Martín y Juan; Nube, el perro que aparece muerto en
lo alto de un ciprés y cuya única explicación posible es su nombre o los erizos
cuya presencia significa un peligro para el bosque.
La anciana Orácula, ya
mencionada, aparece como un ser irreal y fantástico. Interviene en el
proceso del aprendizaje vital que está sufriendo Juan. Luego se desvanecerá al
igual que un sueño y, con ella, el paisaje donde se ubica el encuentro con esta
vieja amiga del abuelo. Es la primera transformación de Juan, el primer paso
hacia la creación de su propia conciencia. Con ella adquiere una máxima
que le ayudará en su caminar por la vida: no debe hacer nada que no sienta
o que no desee. Ella representa la sabiduría de la senectud, el
camino recorrido a lo largo de su vida lo lleva inscrito en las arrugas de su
rostro. Así, Juan al despertar a la mañana siguiente, comprueba que la casa de
Orácula se ha convertido en un rosal cuyos pétalos muestran el camino que deben
seguir.
Con Cristobalina nos
reencontramos, otra vez, con uno de esos seres fantásticos que pueblan el
libro. Una mujer -gigante y forzuda que en sus años mozos trabajó en un circo
con Martín. Ella creció y creció hasta convertirse en montaña. Y una nueva
enseñanza para el niño: «Solamente cuando amamos, somos capaces de romper
nuestro límites» (pág. 87)
Ling-Po apenas se esboza en
los últimos capítulos de la obra. Constructor de cometas y amante del viento,
podría ser, sin duda el personaje de una nueva historia, lo mismo que ocurre
con otros personajes secundarios que, tímidamente se asoman a al mundo creado
por el autor.
La Naturaleza, un lugar
privilegiado
En la obra se despliega una
acertada fusión de espacios reales e imaginarios que contribuyen a la creación
de una atmósfera mágica donde lo fantástico y maravilloso forma parte de la
realidad cotidiana que viven los protagonistas.
El punto de partida, como ya
hemos dicho, es la casa de Juan y de sus tías, Macaria y Jerónima. A
partir de ahí, los escenarios se suceden entretejidos en la trama, cobrando
vida propia. Se podría decir que algunos de estos escenarios toman tal
relevancia en la historia que se erigen en protagonista.
Es el caso de la torre, antesala
al mundo absolutamente onírico donde habita Orácula, que se va alargando
según la van escalando Juan y Martín y que aparece, sin duda, dibujada como un
ser vivo que crece a su antojo. La visita a la casa de Orácula supone,
posiblemente, la inmersión más profunda en el mundo del subconsciente. El
extraño camino hasta llegar a ella, y la propia situación de ésta ,
excavada en la roca, lo demuestran. Tampoco pasa inadvertida la actitud
de Orácula, quien se comunica a través del reflejo del agua, como si de
un espejo del alma de los protagonistas se tratase. Este alto en el
camino servirá para que Juan descubra que a menudo, las apariencias
engañan, nada es lo que parece. El mundo sufre variaciones ante sus ojos,
y esto le hace cambiar también a él. Se crea nuevas opiniones y nuevos
conceptos sobre el mundo que le rodea.
Silva, el bosque milenario
ubicado en el valle, se sirve del viento para pedir ayuda a los
«semilleros», esto es, los humanos que deben contribuir a su conservación
y crecimiento, cumpliendo con una especie de acuerdo tácito con la naturaleza:
hay que devolver a la Tierra aquello que ella nos da. Martín será uno de los
hombres que presta ayuda al bosque y Juan testigo privilegiado de uno de
los acontecimientos más sorprendentes y maravillosos de la historia
narrada. Probablemente sea este el episodio cumbre del que se sirve el
autor para difundir un alegato en defensa y respeto del medio ambiente.
El poblado solitario, cuyas
casas están habitadas por higueras y zarzas, moreras y madroños, luciérnagas y
libélulas, se justifica como un punto de inflexión dentro de la obra, ya que es
aquí donde el abuelo comienza a «menguar», a empequeñecer. Se realiza un
intercambio radical de papeles: Juan es el que cuida de su abuelo.
Justo a partir de este momento, el nieto asumirá nuevas
responsabilidades. El abuelo le entrega el relevo, la antorcha que ilumina el
camino. El mar ya está cerca, siente su llamada. Juan ha aprendido
a tomar decisiones. Ya ha dado el primer gran paso hacia el mundo adulto.
Estos escenarios, más otros
como el desfiladero o el Valle de los Pastores, sufren transformaciones a la
par que el protagonista, Juan, evoluciona hacia el mundo de la madurez.
No encontramos pues, ante una
nueva y, tal vez oculta función que cumple el abuelo: no solo es el guía
de Juan a través de su viaje hacia el mundo de los adultos, también es el
mediador entre la naturaleza y él. La naturaleza se convierte,
indiscutiblemente, en la maestra por excelencia del niño, al estilo de las viejas
novelas roussonianas. Todo lo que Juan y su abuelo necesitan, el medio ambiente
se lo proporciona. A veces se trata de alimentos, otras es mensajera de señales
que requieren para su supervivencia y, a menudo, es reflejo de su mundo
interior. Así, el autor, cuya formación como narrador oral se gestó en una
granja escuela, no escatima en dar muestras al lector de un vasto conocimiento
de recursos naturales: plantas como salvia, enebro, hojas de menta, etc. o una
gran variedad de animales, algunos ya mencionados, además de otros elementos
como el río, el mar, el viento siempre hablador o la lluvia purificante, se
integran en la obra tomando gran relevancia y notabilidad. Solo en un medio
natural el ser humano puede comulgar con su propio yo.
ALBERTO, 2º ESO-A
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