EL CANTAR DE MÍO CID
Este fragmento del poema consta desde la "Tirada 150" hasta la "Tirada 152". Las "tiradas" eran fragmentos en los que los juglares dividían el poema para su posterior relato al público. En estas tiradas se relata desde después de que los Infantes de Carrión violan y maltratan a las hijas del Cid y posterior venganza por parte de este y de sus vasallos hacía los Infantes y el padre de estos, el cuál se entromete. Los vasallos del Cid quisieron luchar por el honor de su señor y terminan ganando a los Infantes de Carrión y al padre de estos. El Cid vuelve a casar a sus hijas, esta vez con hombres de mejor provecho, los Infantes de Navarra y Aragón. Con esta boda el Cid recobra todo su honor que le había sido "arrebatado" por los Infantes de Carrión, y así, concluye el mítico cantar de gesta.
Tirada
150
El
rey admira a Babieca, pero no lo acepta en don.
Últimos
encargos del Cid a sus tres lidiadores
Tórnase
el Cid a Valencia
El
rey en Carrión
Llega
el plazo de la lid
Los
de Carrión pretenden excluir de la lid a Colada y Tizón
Los
del Cid piden al rey amparo y salen al campo de la lid
El
rey designa fieles del campo y amonesta a los de Carrión
Los
fieles preparan la lid
Primera
acometida
Pedro
Bermúdez vence a Fernando
El
Cid entonces espoleó el caballo y le hizo correr tan de firme que todos se
maravillaron de aquella carrera.
Don
Alfonso alza la mano, la cara se santiguó:
"Por
San Isidro lo juro, San Isidro el de León,
que
en las tierras de Castilla no hay otro tan buen varón".
Mío
Cid en el caballo adelante se llegó,
ha
ido a besarle la mano a su buen rey y señor:
"Me
mandaste cabalgar Babieca, el buen corredor,
caballo
así no le tienen moros ni cristianos, no.
En
regalo os le ofrezco, mandad cogerle, señor".
Dijo
entonces don Alfonso: "Eso no lo quiero yo,
que
si tomo ese caballo no tendrá tan buen señor:
un
caballo como éste cumple a un varón como vos,
para
derrotar a moros y hacer la persecución.
Al
que quitárosle quiera, no le valga el Creador,
por
vos y por el caballo, honrado me tengo yo".
Entonces
se despidieron y la corte se marchó.
A
los que van a luchar el Cid les amonestó.
"Martín
Antolínez, Pedro Bermúdez vosotros dos
oíd,
tú, Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro:
estad
firmes en la lucha, como cumple a buen varón,
que
buenas noticias vuestras en Valencia tenga yo".
Dijo
Martín Antolínez: "¿Por qué lo decís, señor?
Todo
queda a nuestro cargo, cumpliremos la misión:
quizá
os hablen de muertos, pero de vencidos no"
Mucha
alegría le da al que en buenhora nació.
De
los que eran sus amigos de todos se despidió.
Para
Valencia va el Cid, el rey va para Carrión.
Aquel
plazo de las tres semanas ya se cumplió.
A
su tiempo se presentan los tres del Campeador,
van
a cumplir el encargo que les diera su señor,
los
ampara don Alfonso, rey de Castilla y León.
Dos
días esperan a los infantes de Carrión;
llegan
bien provistos de armas y caballos; con los dos
vienen
todos sus parientes y entre todos se acordó
que
intenten llevar aparte a los del Campeador
y
matarlos en el campo deshonrando a su señor.
Muy
mal propósito era, y ninguno lo emprendió
por
el miedo que les daba don Alfonso, el de León.
Los
del Cid velan las armas y rezan al Creador;
ya
se ha pasado la noche y apunta el primer albor;
de
ricos hombres allí un buen golpe se juntó,
que
quieren ver esta lucha en las vegas de Carrión.
Y
el más alto de entre todos, don Alfonso, el de León,
que
defenderá el derecho, pero la injusticia no.
Ya
se vestían las armas los del buen Campeador,
dispuestos
están los tres, que son de un mismo señor.
En
otro lugar se armaban los infantes de Carrión,
su
pariente Garci Ordóñez muchos consejos les dio.
Tras
mucho hablar entre sí, al rey pidieron los dos
que
Colada y que Tizona no entren en lucha, y que no
púdiesen
lidiar con ellas los del Cid Campeador;
se
arrepentían de haberlas devuelto los de Carrión.
Así
lo piden al rey; pero no se lo aprobó:
"Allí
en la corte ninguna espada se exceptuó.
Bien
os servirán las vuestras, si buenas espadas son,
igual
servirán las suyas a los del Campeador.
Salid
al campo de lucha, infantes de Carrión,
menester
es que luchéis como lucha un buen varón,
que
no ha de quedar la cosa por los del Campeador.
Si
saliereis bien del campo ganaréis un gran honor,
pero
si fuereis vencidos no me culpéis a mí, no,
porque
todo el mundo sabe que esto buscasteis vos".
Ya
se iban arrepintiendo los infantes de su acción,
por
deshacerlo darían todo lo que hay en Carrión.
Armados
estaba ya los tres del Campeador,
entonces
el rey Alfonso a verlos bien se acercó;
oiréis
lo que dicen a don Alfonso, el de León:
"Os
pedimos al besaros la mano, rey y señor,
que
entre nosotros y ellos el fiel juez lo seáis vos,
valednos
si es en derecho, pero si es injusto, no.
Aquí
tienen su partido los infantes de Carrión,
quien
sabe si habrán pensado alguna maquinación.
En
vuestras manos, oh rey, nos puso nuestro señor,
defendednos
en justicia por amor del Creador".
Dijo
el rey: "Así lo haré con alma y con corazón".
Trae
los caballos, muy buenos y corredores que son,
las
sillas las santiguar, por que los ayude Dios,
al
cuello llevan escudos con dorada guarnición
en
el centro; empuñan lanzas de buen hierro tajador,
las
tres lanzas que sacaron todas llevan su pendón.
Muchos
buenos caballeros andan allí alrededor.
Salen
al campo que con mojones se señaló.
Estaban
ya convenidos los tres del Campeador,
cada
cual a un enemigo para atacarle escogió.
Estaban
al otro lado los infantes de Carrión;
iban
bien acompañados, que mucha familia son.
Nombra
el rey jueces que digan lo que es justo y lo que no,
con
los que luchan les manda que no tengan discusión.
Cuando
estaban en el campo, el rey don Alfonso habló:
"Oíd
lo que voy a deciros, infantes de Carrión:
debió
esta lucha en Toledo ser, mas no quisisteis vos,
por
eso a estos caballeros de Mío Cid Campeador
bajo
mi guarda los traje a estas tierras de Carrión.
Luchad
conforme a derecho, no queráis la sinrazón,
que
si alguien quiere injusticia, para vedarlo estoy yo,
y
no le iría muy bien en Castilla ni en León".
¡Que
pesarosos estaban los infantes de Carrión!
Con
los dos jueces el rey los mojones señaló
que
cierran el campo; todos se apartan alrededor.
Bien
explicado les queda a todos los seis que son
que
está vencido quien salga del campo que se marcó.
La
gente despeja el campo, hacia atrás se retiró,
a
seis lanzas de distancia de la raya se quedó.
Ya
les sortean el campo, ya les partían el sol,
salen
los jueces, los bandos frente a frente están los dos.
Arremeten
los del Cid contra los tres de Carrión,
arremeten
los infantes a los del Campeador.
Cada
uno al adversario que le tocaba atendió.
Embrazaban
los escudos delante del corazón,
bajan
las lanzas, envuelta cada cual en su pendón,
las
caras las inclinaron por encima del arpón,
a
los caballos los pican con la espuela, y pareció
que
todo el suelo temblaba cuando el ataque empezó.
Cada
cual en su adversario tiene puesta la atención.
Se
juntan los tres del Cid con esos tres de Carrión,
ya
los tenían por muertos los que están alrededor.
Ese
buen Pedro Bermúdez, el que primero retó
con
aquel Fernán González cara a cara se juntó,
los
escudos se golpean ambos sin ningún pavor.
El
de Carrión a don Pedro su escudo le traspasó,
pero
le ha dado en vacío, la carne no le alcanzó,
y
por dos sitios el asta de su lanza se quebró.
El
golpe aguanta don Pedro, ni siquiera se inclinó,
él
ha recibido el golpe, mas con otro contestó.
Por
la guarnición del centro el escudo le horadó,
todo
lo pasa la lanza, que nada se resistió.
En
el pecho se le clava, muy cerca del corazón;
la
loriga en tres dobleces lleva puesta el de Carrión,
se
rompen los dos primeros, el último resistió,
pero
tan fuerte fue el golpe que dio el del Campeador,
que
con túnica y camisa la loriga se le entró
en
la carne; por la boca mucha sangre le salió.
Se
le rompieron las cinchas, ninguna le aprovechó,
y
el caballo, por la cola, en tierra le derribó.
Por
muerto le da la gente que estaba allí alrededor;
clavada
tiene en el cuerpo la lanza; don Pedro echó
mano
a la espada, y el otro, que a Tizona conoció,
no
espera el golpe y confiesa: "Por vencido me doy yo".
Se
lo otorgaron los jueces y don Pedro le dejó.
Tirada 151
Martín
Antolínez vence a Diego
Martín
y Diego González se acometen con las lanzas,
tan
fuertes fueron los golpes que se les quebraron ambas.
El
buen Martín Antolínez echa mano de la espada,
todo
el campo relumbró, era tan limpia y tan clara.
A
su enemigo dio un golpe que de través bien le alcanza,
el
casco que lleva encima a un lado le derribaba
y
las correas del yelmo del golpe quedan cortadas;
el
acero hasta la cofia y la capucha llegaba,
y
todo, capucha y cofia, con la espada se lo arranca,
el
pelo le va rozando, hasta la carne se entraba,
trozos
del yelmo y la cofia por aquel campo rodaban.
Cuando
descarga este tajo la tan preciosa Colada
comprende
Diego González que con vida no se escapa,
tira
riendas al caballo para que vuelva la cara,
la
espada lleva en la mano, mas no se atreve a emplearla.
El
buen don Martín entonces le arremete con la espada,
un
golpe le dio de plano, que de filo no le alcanza.
Allí
oyerais al infante las grandes voces que daba:
"Váleme,
Señor glorioso, líbrame ya de esta espada".
El
caballo refrenó, por escapar de Colada,
fuera
del campo le lleva, don Martín dentro quedaba.
"Don
Martín, venid acá, el rey Alfonso gritaba,
por
todo lo que habéis hecho la lid está bien ganada".
Y
aquello que dice el rey los jueces lo confirmaban.
Tirada 152
Muño
Gustioz vence a Asur González
El
padre de los infantes declara vencida la lid
Los
del Cid vuelven cautelosamente a Valencia
Alegría
del Cid
Segundos
matrimonios de sus hijas
El
juglar acaba su poema
Quiero
contaros ahora algo de Muño Gustioz,
y
con ese Asur González cómo se las arregló.
Muy
grandes golpes se dieron en los escudos los dos.
Asur
González, que era muy forzudo y de valor,
el
escudo le traspasa al buen don Muño Gustioz;
tras
de pasarle el escudo la armadura le quebró,
mas
no le coge la carne, la lanza en vacío dio.
Cuando
este golpe recibe, otro da Muño Gustioz,
por
la guarnición del centro el escudo le partió,
no
se pudo resguardar, la armadura le rompió,
le
hiere a un lado del cuerpo, que no junto al corazón,
por
la carne se le ha entrado la lanza con el pendón,
al
otro lado del cuerpo más de un palmo le asomó,
un
tirón le dio a la lanza, de la silla le movió
y
al ir a sacar la lanza en tierra le derribó:
rojos
han salido el asta y la punta y el pendón.
Que
estaba herido de muerte todo el mundo se creyó:
Muño
recobra la lanza y a rematarla marchó,
pero
el padre del infante grita: "No le hiráis, por Dios,
vencido
ha sido en el campo, esta lucha se acabó".
Los
jueces dicen: "Así lo hemos oído los dos".
Que
despejaran el campo el rey Alfonso mandó,
las
armas que allí quedaron él para si las tomó.
Se
van como muy honrados los tres del Campeador,
que
ya han ganado esta lucha, por gracia del Creador.
Muy
grandes son los pesares por las tierras de Carrión.
A
los del Cid que de noche salgan el rey les mandó
para
que no les asalten ni tengan ningún temor.
De
día y noche marchaban, que muy diligentes son,
ya
los tenéis en Valencia con el Cid Campeador:
por
malos dejaron a los infantes de Carrión,
bien
cumplieron el mandato que les diera su señor.
¡Cuánto
se alegra de aquello Mío Cid Campeador!
Envilecidos
se quedan los infantes de Carrión.
Quien
a damas escarnece y así abandona a traición,
que
otro tanto le acontezca o alguna cosa peor.
Pero
dejemos ya a esos infantes de Carrión,
muy
pesarosos están de sus castigos los dos.
Hablemos
ahora de este que en tan buenhora nació.
¡Qué
grandes eran los gozos en Valencia la mayor,
por
honrados que quedaron los tres del Campeador!
La
barba se acariciaba don Rodrigo, su señor:
"Gracias
al rey de los cielos mis hijas vengadas son,
ya
están limpias de la afrenta esas tierras de Carrión.
Casaré,
pese a quien pese, ya sin vergüenza a las dos".
Ya
comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,
y
todos tuvieron junta con Alfonso, el de León.
Sus
casamientos hicieron doña Elvira y doña Sol,
los
primeros fueron grandes pero éstos son aún mejor,
y
a mayor honra se casan que con esos de Carrión.
Ved
cómo crece en honores el que en buenhora nació,
que
son sus hijas señoras de Navarra y Aragón.
Esos
dos reyes de España ya parientes suyos son,
y
a todos les toca honra por el Cid Campeador.
Pasó
de este mundo el Cid, el que a Valencia ganó:
en
días de Pascua ha muerto, Cristo le dé su perdón.
También
perdone a nosotros, al justo y al pecador.
Éstas
fueron las hazañas de Mío Cid Campeador:
en
llegando a este lugar se ha acabado esta canción.
Carlos Montoya Fernández
1ºBACH CTC
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