viernes, 29 de abril de 2022

 RELATO GANADOR DEL PRIMER PREMIO DEL CONCURSO LITERARIO DEL IES LEONARDO DA VINCI. EL GANADOR HA SIDO CARLOS PALENCIA, DE 4º ESO-C

Me llamo Rahim Náder, tengo 31 años. Soy miembro de la Fuerza de Defensa Nacional (FDN) que combate contra los rebeldes en la guerra civil de mi país, Siria. Quizás te resulte familiar, o quizás no; pero no te preocupes porque yo bien sé que los más trágicos acontecimientos que aquí tienen lugar acaban siendo noticia de un día en el “primer mundo”. Me encuentro en la periferia de la ciudad de Saraqib, donde mis compañeros han instalado un pequeño hospital de campaña. Yo me encuentro en él. Me gustaría decir que mi papel aquí es de sanitario, pero la realidad no puede ser más distinta. Ahora mismo me encuentro acostado sobre una camilla ya que, aunque quisiera, no podría ponerme en pie. Mi pierna izquierda tuvo que ser amputada horas atrás y tengo varias quemaduras de tercer grado cerca en el abdomen producidas por fragmentos de metralla ardiendo. ¿Suena horrible verdad? Pues es peor de lo que parece. Los médicos se están quedando sin morfina y ya han tenido que operar a algunas personas con el único alivio del sueño y, dado que deben de extraer estos fragmentos de mí, me figuro que yo también pasaré por lo mismo. Además de ser el tratado y no quien se ocupa de otros, los sanitarios (aunque parte de ellos sean combatientes) tiene el deber de no dañar a otra persona o, por lo menos, causarle el menor daño posible, pero yo, no soy más que un asesino. De todos modos, te preguntaras cómo he llegado hasta aquí. 

En ese caso permíteme empezar desde el principio para situar el contexto y no perder ningún detalle. Nací en 1991 en la ciudad de Alepo en el seno de una familia musulmana suní. Mis padres me pusieron este nombre, que significa “misericordioso” o “compasivo”, porque pensaban sería una buena persona y que siempre trataría bien a mis semejantes. Ellos seguían fielmente nuestra doctrina religiosa y así nos lo transmitieron a mí y a mi hermano quien era dos años más pequeño que yo, pero también eran personas sensatas cuyas inquietudes provenían del mundo cotidiano más que de lo divino. Tenían claro que debía de conseguir buenos estudios para obtener un trabajo adecuado ya que la situación económica del país en esos años no era ideal. Realicé la educación preescolar y primaria donde conocí a la mayoría de mis amigos. En los estudios, yo siempre me decanté por las letras, adoraba la idea de ser escritor y poder plasmar mis ideas mediante la escritura. De esta forma, centré mis esfuerzos en los estudios. Cuando terminé la educación primaria, inicié los estudios intermedios de educación general que duran tres años y después la educación secundaria. El primer año de secundaria es general y a partir del segundo se puede elegir entre ciencias y letras, así que yo escogí letras. Durante estos años, me di cuenta de algunas cosas que me desconcertaban; había mucha gente pobre, la mayoría de los jóvenes no tenían un empleo, no había reuniones de más de cinco personas y mis padres insistían en que no cuestionara las acciones del gobierno. 

Pasados los tres años, me gradué con excelentes notas las cuales me permitieron realizar unos estudios universitarios en el extranjero. Proseguí con mi idea de ser escritor y me fui a estudiar al Reino Unido. Me estancia allí fue agradable, vivía en una residencia de estudiantes y solía comunicarme con mi familia. Sin embargo, mientras realizaba el segundo año de carrera, la mayor tragedia imaginable se cernió sobre mí. Primeramente, mi familia me informó del comienzo de varias protestas en Siria debido a la introducción de unas ideas que reclamaban la democracia y derechos sociales. Estas protestas se fueron intensificando y expandiendo dando lugar a enfrentamientos entre las autoridades y los protestantes. Pocos meses después, el ejército atacó las ciudades más importantes dando lugar a la muerte de un millar de civiles y 150 soldados. Después de este acontecimiento, los rebeldes se organizaron y formaron su propio ejército, dando lugar al inicio de una guerra civil. Al escuchar esta noticia me invadió una profunda ansiedad y casi me desmayo. No podía soportar la inquietud que sentía cuando pensaba que toda mi familia se encontraba allí y que podrían ser víctimas de este cruel conflicto en cualquier momento. 

Mis padres me comunicaron que algunas familias ya se habían desplazado e incluso huido del país, sin embargo, mi padre ya era muy mayor y se encontraba enfermo lo cual impedía su desplazamiento. Mi madre permaneció con él en la ciudad y mi hermano, que apenas había cumplido dieciocho años, se alistó en las FDN para combatir a los rebeldes. Tras varios días de meditación pensé que sería lo más correcto actuar igual que mi hermano, pero yo ni siquiera estaba de acuerdo con las ideas de nuestro gobierno. Aun así, sabía que permanecer aquí sería un acto de cobardía y me sentiría avergonzado por no defender a mi familia, a la cual le debo todo lo que tengo y soy. De esta forma, regresé a Siria en el primer vuelo disponible. Me instalé unos días en la ciudad de Dámaso, la capital del país, para planificar mi siguiente paso el cual sería unirme a las FDN. A pesar de no haber empuñado un arma en mi vida, no tuve ningún problema para alistarme, de hecho, la mayoría de integrantes tampoco contaban con nociones de combate, solo eran, en su mayoría jóvenes desempleados. También me sorprendió que, en las FDN,  existe un ala formada únicamente por mujeres que se encargaban de controlar puestos de control. Mis primeros meses fueron dedicados a la instrucción; aprendí como manejar un arma, a operar en una zona de combate y las nociones más esenciales de primeros auxilios. Cuando estaba a punto de terminar mi entrenamiento, se empezó a negociar un alto el fuego entre los rebeldes y el gobierno lo cual me produjo una gran alegría, sin embargo, esto solo fue un sueño pasajero, pues esto nunca llegó si quiera a ser considerado enserio por parte de los bandos beligerantes, perdiendo así cualquier esperanza de lograr una paz temprana. Tras la ruptura del alto el fuego, la guerra se intensificó mucho. Los rebeldes empezaron a atacar a nivel nacional y el ejército sirio resistió ferozmente los ataques, con el alto precio de bombardear pueblos causando la muerte de decenas e incluso centenas de civiles. Sin embargo, las ofensivas rebeldes prosiguieron. Poco a poco, la guerra se fue intensificando con la entrada de terroristas islámicos en el conflicto y otras fuerzas rebeldes. Durante un tiempo recibí correos de mi madre en los cuales me contaba lo mal que lo estaba pasando la gente allí, principalmente las mujeres quienes se habían convertido en el único sostén de las familias ante la ausencia de sus maridos, desempeñando un gran papel. Me hablaba de la pena que le causaba ver a familias huyendo para evitar el peligro o porque habían perdido sus casas, convirtiéndose en víctimas de un incierto destino y de la solidaridad de las ONG que se habían resultado ser los verdaderos protectores del pueblo. Por otro lado, hacia mucho que no sabía de mi hermano. No constaba en el registro de las FDN y no respondía a mis mensajes. 

Tiempo después de la escalada del conflicto, recibí la noticia de que mi unidad sería desplegada en la ciudad de Saraqib para apoyar al ejército sirio en la captura de esta. Tras tanto tiempo, la noticia me pilló de imprevisto. Sin más dilación, salimos a la mañana siguiente en un coche, mi unidad estaba formada por ocho hombres jóvenes. Nos detuvimos en las afueras de la ciudad, en un pequeño campamento. Allí nos dieron instrucciones. Debíamos capturar un emplazamiento rebelde situado al oeste de la ciudad, custodiado por unos pocos combatientes. Así pues, esperamos a que cayera la noche y nos situamos tras unas rocas, a unos 200m del emplazamiento. Cuando el ejército comenzó el asalto principal al pueblo, esperamos a que los combatientes se distrajeran por el enfrentamiento. Vimos como un vigilante abandonaba su puesto asique rápidamente nos movimos hacia el emplazamiento. Cuatro compañeros entraron en el edificio, dos lo flanquearon y yo junto a un compañero asaltamos el patio donde un rebelde abrió fuego contra nosotros desde una ventana. Logramos cubrirnos, pero mi compañero fue herido en la pierna. Intenté taparle la herida, pero las balas nos estaban rozando asique decidí dejarle ahí un instante para acabar con nuestro enemigo. Rápidamente efectué una serie de disparos hacia la ventana para forzarle a cubrirse y poder asaltar el edificio. Entré en el edificio y de repente noté un breve silencio que fue precedido por los distantes disparos del enfrentamiento. Subí las escaleras y me encontré una esquina que daba a un pasillo, me asomé al pasillo con mi arma levantada y enseguida vi una silueta humana apuntando hacia mí. En cuestión de segundos había descargado una ráfaga de balas sobre aquel hombre. Me acerqué cuidadosamente hacia él, quien seguía vivo, aunque estaba gravemente herido y respiraba con dificultad. Llevaba puesto un pañuelo que tapaba su cara, lo retiré suavemente para ver su rostro y no era otro que el de mi hermano. Me cuesta describir lo que sentí en aquel momento ya que aun no lo he terminado de asimilar, pero os puedo asegurar que ni el dolor que siento ahora mismo por mis heridas es comparable con aquel. Me caí al suelo mientras derramaba un sinfín de lágrimas de la conmoción que me produjo ver aquello, pero me incorporé rápidamente para tratar sus heridas. Él apenas podía hablar, pero, cuando sintió que intentaba sanarle, apartó mis manos y me dijo entre toses: “Lo siento Rahim, pero hay veces en las que una persona debe defender sus ideas ante todo, incluida la familia”. Justo después de acabar esta frase, falleció, asesinado por mí mismo. En ese momento solo quería llorar, tirar el arma al suelo y gritar, gritarles a todos aquellos que hacían que esta guerra sin sentido siguiera adelante. Sin embargo, un compañero me vio y me ayudó a incorporarme. Teníamos órdenes de proseguir con la ofensiva. Yo me negaba, pero antes de poder decir nada, sentí como el aire empezaba a quebrase. Tras unos segundos de silencio, empezaron a producirse explosiones a mi alrededor. El suelo temblaba, las casas se derrumbaban y algunos compañeros corrían aterrados. Yo no podía moverme viendo tal escena de devastación. Los bombardeos no cesaban y cada vez los sentía más cerca. Ya solo esperaba a que uno de estos aborrecibles proyectiles cayese sobre mí y, de hecho, así fue. 

Me desperté en este mismo hospital, sin la pierna izquierda y con un dolor insufrible. Los médicos estaban sorprendidos de que siguiera vivo, decían que de haber caído el proyectil medio metro más cerca, yo no estaría aquí. Es impresionante pensar que, si los operadores de artillería que dispararon aquellos proyectiles hubiesen inclinado el cañón un centímetro más, yo no estaría vivo y esta historia, al igual que todos mis recuerdos y aprendizajes, se habrían perdido. Mi vida ahora se encuentra en manos de estos médicos, pero ¿y si sobrevivo? ¿Qué será lo siguiente? Después de tantos años de guerra, mis compañeros, quienes al principio estaban eufóricos por derrotar al enemigo, ya solo esperan la llegada de la paz, la cual parece ajena a estas tierras. Por todo lo que he vivido puedo decir que, muy a mi pesar, el ser humano lleva la guerra en su esencia. Pensábamos que habíamos evolucionado y que éramos distintos de hace siglos, pero seguimos cometiendo las mismas atrocidades y peores dados los avances de la tecnología. No puedo dejar de pensar en lo que me dijo mi hermano. Me parece disparatado pensar que unas ideas puedan ser la causa de tanto mal. Es normal que las personas no estemos de acuerdo en todo, pero para eso somos seres racionales capaces de establecer acuerdos. Os aseguro que, si los altos cargos del ejército pasaran por lo que yo he pasado, les tenderían la mano a nuestros enemigos y dirían: “Seguramente seamos capaces de llegar a un acuerdo que nos satisfaga a ambos, al fin y al cabo, no somos tan distintos”.

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