Blue,
Purple and Red
8
de Mayo de 1998, Kabul (Afganistán) – 5:42
La luz suave y pálida
inundaba la habitación que comparto con mis hermanas, anunciando la llegada del
sol. Sentí un dolor agudo en el abdomen. Cuando me levanté me di cuenta: las
manchas rojas habían vuelto.
Pensaba que estas no
aparecerían este mes, al igual que el anterior, pero supongo que me equivocaba.
Por suerte, no habían llegado a la alfombra, tan solo a mis prendas, las cuales
estaban marcadas por las manchas rojas. Me cambié cuidadosamente para no
despertar a nadie y con mi hiyab bien colocado, salí con un barreño para
recoger agua, y así lavar las manchas rojas antes de que alguien las viera.
El doctor me había
explicado que la ausencia de las manchas rojas podía deberse a mi alimentación.
Tenía sentido, mi familia no tiene mucho dinero y, con las invasiones de los
talibanes, la cosa está peor que nunca, la comida es escasa.
Mientras lavaba las
prendas manchadas con rapidez, ya se empezaba a escuchar el despertar de la
ciudad. Se podían oír coches militares pasar por la calle principal y algún que
otro vendedor tempranero anunciando su mercancía.
Al terminar, preparé el
desayuno de mis hermanas pequeñas: Sanaz(“única”),
a quien mis padres habían llamado así por haber nacido con unos preciosos ojos
verdes; y Nusheen, que en afgano significa dulce, por su gran sonrisa
característica.
Un bollo de leche era lo
que usualmente desayunamos en mi familia, ya que es barato y fácil de
conseguir, aunque por desgracia, como todo, también está escaseando.
Lo más fácil y barato
que puedes conseguir en el mercado hoy en día (y que sea asequible) son: la
leche, los bollos de leche, los huevos, el queso y el agua.
También tengo un hermano
mayor: Bahram, al cual mis padres añoran muchísimo. Él está trabajando con el
ejército, defendiéndonos de los talibanes, aunque no con mucho éxito. No tenemos
ninguna noticia de él, así que no podemos saber si está bien o sencillamente
muerto.
6:24 a.m. Mis padres
salen de su dormitorio y entran en la habitación donde mis hermanas duermen
todavía, sin apenas notar mi presencia en el salón (¡y eso que la casa es
pequeña!).
Mis hermanas salen de la
habitación. La pequeña me da un abrazo a modo de saludo. Ambas cogen el bollo y
lo devoran antes de que yo pueda lavarme la cara. Ellas preparan sus discretas
mochilas para ir a la escuela.
“A las mujeres no se les
permite ir a la escuela”, eso dicen los talibanes. Tienen normas muy absurdas y
horribles a las que no encuentro sentido, como: “Una mujer no puede usar
zapatos de tacón alto, ya que si un hombre la escucha caminar, podría
excitarlo”, y lo mismo con la voz. Son cosas a las que las jóvenes no
encontramos sentido, pero hay demasiado miedo como para incumplirlas. Con los
ataques e invasiones de talibanes, hay de ellos por todas partes, mirando
fijamente por donde vas.
Mis padres no comparten
esa opinión, ellos quieren criar a mujeres cultas y listas para la vida real, y
es por eso que mis hermanas y yo vamos a una escuela clandestina para mujeres,
a las a fueras. Es difícil llegar hasta ella, pero merece la pena.
Cuando mis hermanas
están listas, cogemos nuestras cosas y comenzamos a caminar.
En los trayectos de ida
y vuelta a la escuela me gusta pensar sobre lo mucho que me gustaría vivir en
otro país, donde hubiera paz y los niños pudieran ser más libres. Algún sitio
como América o Europa.
Miro a Nusheen, quien
mira al frente atenta, por si vemos algún grupo de talibanes. Ella cumplió los
trece años en febrero (es 3 años menor que yo), y las manchas rojas acaban de aparecer
en su vida. En nuestro país, las manchas rojas señalan que ya eres apta para
casarte. Nosotras tenemos mucha suerte, por muy pobres que seamos, mi padre se
reúsa a casarnos por conveniencia. Él quiere que encontremos el amor, como mamá
y él. Por desgracia muchas compañeras de nuestra clase ya están siendo
obligadas a casarse y por lo tanto, no vuelven a la escuela, ni siquiera salen
de las casas de sus maridos. Es terrible.
La vida de una persona,
está marcada por las tres manchas: azules moradas y rojas. De las manchas rojas
ya he hablado, y es que estas son más escasas ya que solo las sufren las
mujeres, mientras que las manchas azules y moradas, las padece todo el mundo.
La manchas azules y
moradas aparecen desde los doce años hasta el momento en el que te cuerpo se
queda frío, rígido y se convierte en comida para gusanos, y son aquellas
manchas que conectan a los niños de todo el mundo, ya que nadie puede librarse,
o más bien, escaparse de ellas.
Las manchas azules y
moradas son aquellas que aparecen bajo los ojos, las cuales todos compartimos.
Unas se ven más, otras menos. Todos los niños las tenemos, desde los que
estamos en países de guerra como el mío, en el cual estén quizá más marcadas; a
países donde reina la paz.
Estas son las manchas
que en mi opinión, separan, o mejor dicho, diferencian a un adulto de un niño.
En el momento en el que las manchas aparecen bajo tus ojos, un poco de
inocencia se te ha sido arrebatada.
Nusheen está preocupada
por su amiga Laia. Sus padres están en una situación económica mucho peor que
la nuestra, y sus padres se ven obligados a casarla con un hombre mucho mayor
que ella para poder sobrevivir.
Todas las jóvenes de la
clase sabemos que cualquier día podría ser el último en el que viéramos a Laia.
Me pregunto cómo sería
esto en Europa. Aquí está normalizado el que nos obliguen a casarnos, igual que
en la India. Envidio a los niños de Europa y América por haber nacido en un
continente que se encuentra en paz.
Yo estoy intentando
llegar a estudiar derecho, para ver si así puedo en un futuro ayudar a cambiar
la situación en la que se encuentra mi país. Pero hay que ser sinceros,
Afganistán no es un país en el que una mujer pueda hacer mucho (y eso es culpa
de los Talibanes), pero con cambiar las cosas un poco me vale. Mi madre siempre
lo dice: “A la paz no se puede llegar con una gran salto, hay que hacerlo en
pequeños pasos”.
Al cabo de veinticinco
minutos llegamos a las pequeñas construcciones marrones que se encontraban a
las afueras de Kabul. En la entrada de una de ellas se encontraba sentado un
hombre joven de nariz aguileña. Era el marido de nuestra profesora. Él defiende
la enseñanza igualitaria, que es una de las cosas que esta guerra nos ha
quitado. Entramos en la casa.
Al mirar a mis
compañeras se puede notar en sus caras, en sus ojos, las manchas azules y
moradas, y por su edad, sé que todas ellas sufren de manchas rojas
Es increíble que siga
habiendo guerras cuando todos estamos marcados por las mismas manchas, sin que
importe nuestra raza, procedencia o género. Que las disputas sean tan fáciles
de empezar pero tan difíciles de acabar.
¿No somos al fin y al
cabo todos iguales?
Marcados por manchas.
Azules, moradas y rojas.
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