PRIMER PREMIO DE RELATO DEL CERTAMEN LITERARIO DEL IES LEONARDO DA VINCI
VALERIA (1º BACHILLERATO)
El Mensajero Forajido: La
historia de Román Herráez
Ésta era la séptima aldea por la que había pasado en el mismo
día, llevaba varios días sin dormir, huyendo lo más lejos posible de mi tierra,
siempre en guardia y con puñal en mano por si a alguien le apetecía ganarse la
recompensa que las autoridades habían impuesto por mi cabeza.
En medio del silencio de la noche me pareció escuchar el
maullido de un gato, miré hacia esa dirección y me di cuenta de que no solo era
uno, sino que había más de diez gatos, todos en la puerta de un mismo lugar. No
me lo pensé dos veces y me acerqué a jugar con los gatos, que para mi sorpresa
eran muy mansos.
Las puertas y ventanas de aquel lugar estaban cerradas y las
luces estaban apagadas, el maullido de algunos de los gatos llenaba
ocasionalmente el completo silencio. Al darme cuenta de lo silenciosas que
estaban las calles, bajé la guardia y supuse que no pasaría nada si me echaba a
dormir en esa misma puerta, al igual que lo estaban haciendo algunos gatos.
Pasados unos minutos sucumbí al cansancio y me acosté en el umbral de la
puerta, abrazado a un gato que parecía haberme cogido cariño.
A la mañana siguiente una fuerte patada en la espalda me
despertó, y honestamente, lo último que esperaba era ver a una vieja monja, la
cual era quien me había dado la patada, preocupada y preguntándome si estaba
bien. Me quedé mirándola unos momentos antes de responderle, atónito al ver que
no me había reconocido, dado que había carteles de: “SE BUSCA ROMÁN HERRÁEZ,
VIVO O MUERTO” en todas las aldeas del país, salvo en esta, supongo.
En ese instante sentí mi barriga rugir del hambre y supe que
esta sería una gran oportunidad para encontrar cobijo y comida sólo por un par
de días, para que a nadie le diese tiempo a buscarme allí. Puse cara de
indignación y pena mientras miraba a la mujer y respondí:
-”Cómo iba a estar bien? ¿Ha visto usted la patada que me ha
metido? Y yo que pensaba que era Dios quien me había traído aquí...” A la vieja
se le iluminó la cara.
-”¿Dios?”- Preguntó.
-”Ni más ni menos, me mudé aquí en busca de alguien con quien
predicar la palabra del señor, después de la repentina aparición que hizo en mi
casa…”- La mujer me miró raro cuando dije que me acababa de mudar aquí, ya que
no llevaba una maleta ni ningún tipo de pertenencia en mis manos, a parte del
puñal en mi bolsillo, el cual no iba a dejar que la anciana monja viera, pero
luego vi que la vieja se sorprendió cuando añadí la mentira sobre una
aparición.
-”¿Que se le apareció, dice?- Exclamó la mujer.
-”Como lo oye, resulta que…”- Ahí es cuando me vino la inspiración
divina (nunca mejor dicho), y le conté a aquella señora que Dios se me había
aparecido y que me había enviado hasta aquí para verla a ella, a parte de unas
cuantas mentiras más. También le dije que Dios no me permitía quedarme en una
misma aldea por más de dos días, así tenía una excusa para irme sin ser
encontrado.
-”Entonces quédese aquí en el convento, al menos por el día
de hoy. ¿Cuál es su nombre?”- Me inventé un nombre lo más rápido que pude.
-”Juan, Juan Bautista”.
-”Encantada de conocerle, señor Bautista, pase, pase”- Le
estreché la mano a la mujer y entré en el convento junto a ella.
Cuanto más nos adentrábamos en ese sitio, más me percataba de
lo grande que era, pero sin duda la parte más grande fue el comedor. En cuanto
puse un pie dentro vi a cien monjas (más o menos) que me miraban como si no
hubieran visto un hombre en su vida porque, en efecto, algunas no lo habían
hecho.
Me senté al lado de un puñado de monjas que en ningún momento
dejaban de mirarme, alucinadas. Resulta que la vieja monja que me había dado la
patada se llamaba Margarita y era una especie de líder del convento, lo sé
porque se puso al frente y me presentó ante todas las monjas como una especie
de mensajero de Dios, un “macías” o algo así, nunca he sido muy cristiano y no
entiendo muy bien esos términos.
Al final de mi mesa vi a la única monja que no me miraba
perpleja, me llamó mucho la atención y empecé a escuchar las conversaciones que
estaba teniendo con otras monjas, y gracias a eso me di cuenta de que la
hermosa joven se llamaba Isabel. Hubo un pequeño momento en el que se me quedó
mirando y yo le sonreí, le indiqué que me leyera los labios y dije:
-”Búscame en la biblioteca”- La chica bajó la cabeza y no
dijo nada durante el resto de la comida.
En la hora de la siesta la esperé en la biblioteca durante un
buen rato, pero no aparecía, más tarde me di cuenta de que de que sí estaba en
la biblioteca, leyendo en una esquina, pero no se había molestado en buscarme.
Fui hacia ella y traté de hablarle, dado que había quedado prendado de ella.
Sin embargo la joven Isabel no se iba a dejar tan fácilmente, solo habló
conmigo sobre cosas cotidianas de la vida y se rehusaba a decirme cosas muy
personales.
Poco a poco noté que se iba soltando más y la forma que tenía
de mirarme abandonó el despecho e indiferencia que cargaba. Se nos pasaron las
horas muertas hablando y me di cuenta de que había cogido una confianza con
ella que no había tenido con nadie en mucho tiempo, le conté mi historia, mis
delitos, e incluso le confesé mi nombre real, sí, así de enamorado estaba.
Ella también comenzó a contarme algunas de sus cosas, decía
que a veces no le gustaba vivir en el convento, que las otras chicas no la
entendían y que siempre se había sentido diferente. Me pillé a mi mismo
sintiéndome mal por ella, incluso cuando sé que nunca me he sentido mal por
nada ni por nadie, ni siquiera por las personas a las que les he robado y hecho
jugarretas a lo largo de toda mi vida.
Cayó la noche de nuevo, una noche completamente distinta a
las otras, porque esta noche la tenía a ella. En ese mismo instante me di
cuenta de que el día de hoy había sido mejor que todos los días de mi vida, y
que la adrenalina de saber si ella me amaba o no era mucho mejor que la
adrenalina de que no me pillaran robando en puestos de comida. Fue ahí cuando
reuní el coraje para decirle lo que llevaba pensando desde la primera vez que
oí su voz.
-”Creo que me he enamorado de ti”- Le dije, pensando que las
consecuencias de esto podrían ser geniales o fatales. Isabel se sonrojó, pero
luego una expresión de vergüenza apareció en su rostro.
-”Román, puede que esto te resulte incómodo o quieras irte,
pero… me atraen las mujeres…”-. Ella me miró a los ojos con una mezcla entre
preocupación y un poco de esperanza de que la comprendiera. Aún sabiendo que
había sido un abusón hacia ese tipo de personas durante una gran parte de mi
vida, me dije a mí mismo que el vínculo que habíamos creado ella y yo en este
día era mayor que todo el odio del mundo hacia las personas a las que les atrae
su mismo género. Miré a Isabel a los ojos y le dije:
-”No te preocupes, lo entiendo”- Forcé una sonrisa que sirvió
para que su expresión de culpa y vergüenza se disipara. -”Se me irá el
sentimiento, tranquila, no me durará mucho tiempo…”- Aunque esto último
probablemente fuera mentira, la bella joven soltó un suspiro de alivio y me
abrazó, por primera vez sentí un abrazo dado con amor, aunque no era el tipo de
amor que hubiera esperado.
Me acosté a dormir esa noche, sintiéndome liberado y
sorprendentemente tranquilo, y a la mañana siguiente partí con rumbo
indefinido. A veces vuelvo al convento y la veo por la ventana, y aunque el deseo
que siento por ella aún no se ha ido, sé que lo hará, al contrario que el amor
y admiración que siento por ella como persona, sin necesidad de ningún tipo de
contacto sexual.
Valeria Gutiérrez Marín 1ºBACH A.