viernes, 28 de febrero de 2014

Rinconete y Cortadillo-Cervantes



Rinconete y Cortadillo




Autor
Miguel de Cervantes
Género
Idioma
Título original
Novela de Rinconete y Cortadillo
País
España
Fecha de publicación
Rinconete y Cortadillo (o Novela de Rinconete y Cortadillo), obra de Miguel de Cervantes, es una de las doce narraciones breves incluidas en las Novelas ejemplares
Es un retrato picaresco de la actividad delictiva en la época de Cervantes, sin embargo, como bien lo argumenta Carlos Blanco Aguinaga en uno de sus ensayos críticos, la de Cervantes no es propiamente una novela picaresca, pues trasciende los presupuestos que ese género literario poseía, y proyecta a sus personajes hacia una profundidad muy característica, distante por mucho de otras creaciones parecidas, como La vida del Buscón o el Guzmán de Alfarache.
Cervantes hace referencia a ella en el capítulo 47 de la primera parte de El Quijote, por lo que aunque las Novelas ejemplares se publicaron después, esta obra ha de ser anterior a la primera parte de El Quijote.
Personajes:

Pedro del Rincón: es un muchacho de unos quince años marginado, hijo de un bulero. Es capaz de timar con juegos de cartas a cualquiera dondequiera sin las cartas marcadas, esta habilidad le proporciona el pan de cada día.

Diego Cortado: Cortadillo es una muchacho un poco más joven que Rinconete. hijo de un sastre y calcetero como ya demuestra en la obra, Cortadillo aprendió a robar desde pequeño y esta es su gran habilidad que le da de comer.

Monipodio: es el jefe de la mafia Sevillana.. Tiene unos cuarenta y cinco años, y se nos muestra como el más rústico y disconforme bárbaro del mundo. Él suministra el trabajo para su gente y además los oculta pero siempre quedando honrado y dejando una parte a vírgenes y santos.

Cariharta: es una prostituta que se presenta en el patio herida por la paliza que le había propiciado su querido Repolido.

Gananciosa: es otra prostituta que consuela a Cariharta después de la paliza. Cantó unas seguidillas y estuvo presente en casi todo el relato que transcurre en el patio.

Chiquiznaque y Maniferro: son dos bandidos de la cofradía de Monipolio. El segundo debe su nombre a una mano de hierro tiene. También están presentes en la mayor parte del relato que transcurre en el patio.
Arriero: es un arriero que jugó a las cartas con Rincón y Cortado hasta que estos le estafaron todo su dinero.
Ganchuelo: es el mozo que introduce a Rinconete y Cortadillo en la cofradía de Monipolio.

RESUMEN
Rincón y Cortado, dos muchachos andrajosos y maltratados de catorce a quince años de edad, se encuentran un día caluroso de verano en la venta de Molinillo (Alcudia). Ellos han huido de sus casas. Después de resaltarse su aspecto desarrapado y de que ambos se cuenten sus vidas, Pedro del Rincón y Diego Cortado, despluman a un pobre arriero jugando a las cartas. Luego, en compañía de unos viajeros inician un viaje hacia la ciudad de Sevilla.

Diego Cortado roba una bolsa de dinero a un humilde sacristán que se le aproxima y al que engaña vilmente. Pero otro muchacho que había visto el latrocinio advierte a ambos muchachos que allí no se puede robar por libre: deben presentarse en la cofradía de monipodio para su registro en el hampa de Sevilla.

Ambos mozos visitan la casa del maestro de la golfería y son aceptados en la ilícita asociación, a la vez que son espectadores de aquel tenebroso mundo extrasocial de ladrones, delincuentes, rufianes, golfos, que dirigidos por Monipodio, forman la flor y nata del hampa Sevillana.
Obra teatral:
Opinión personal:
He elegido esta novela para que la gente conozca a Cervantes no sólo como el autor del Quijote, y porque además me ha parecido muy divertida y entretenida. Es una novela realista que me recordó a Lazarillo de Tormes, debido a que los personajes suelen recurrir al engaño y la astucia para salirse con la suya. Lo único que no me ha gustado es que el lenguaje usado es muy difícil de comprender, puesto que la novela está escrita en castellano antiguo del s.XVI

jueves, 6 de febrero de 2014

Madrigal












Gutierre de Cetina- Madrigal


Ojos claros, serenos,
Si de un dulce mirar sois alabados,
¿Por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuando más piadosos,
Más bellos parecéis a aquel que os mira,
No me miréis con ira,
Porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
Ya que así me miráis, miradme al menos

Vocabulario:
Alabados- Elogiados.
Airados- Irritados, alterados.

Elementos socio-históricos:
Gutierre de Cetina nació en Sevilla en 1520 y murió en 1557 en México, fue un poeta español perteneciente al Siglo de Oro,  soldado en  Italia, allí se vio enriquecido como escritor por la influencia de Petrarca. El siguió la tradición popular y castiza propia del Renacimiento.

Tema:
La mirada de la amada. La expone al principio y reitera al final.

Estructura externa:
El poema es un madrigal, el cuál consta de tres partes:
- La primera, los dos primeros versos, nos presenta unos ojos, que ensalza.
- La segunda, del tercer al octavo verso, explica la manera en qué esos ojos le miran, con rabia e ira cuando dice que tan bellos son serenos.
- La tercera, los dos últimos versos, vuelve a ensalzar los ojos y pide que al menos le lancen una mirada.

Estructura interna:
El madrigal es en sentido ascendente hasta el antepenúltimo verso, en el cuál culmina con una exclamación.
De esa manera, desciende los dos últimos versos con un ruego a la amada.

Nivel fónico:
Es un madrigal, éste tipo de composiciones se caracterizan por ser delicadas, intensas.
Consta de diez versos, los combina en endecasílabos y heptasílabos, por lo tanto alterna arte mayor y menor, de rima consonante.
El ritmo va marcado por comas, con las que sustituye los posibles nexos que pudiera necesitar.
Todos los versos acaban en palabra llama, sin necesitar, por lo tanto, recursos estilísticos.
Se distingue el recurso fónico de la paranomasia en alabados/airados, mira/ira, hermosos/rabiosos, serenos/menos.

Nivel morfosintáctico:
Como destinatario tenemos unos ojos, suponiendo, de una amada cuyo amor no es correspondido.
Hay varios recursos, anáfora con la repetición del 'Si'; paralelismo con 'Ojos claros, serenos'; hipérbaton al decir 'Si de un dulce mirar sois alabados'.

Nivel semántico:
El lenguaje no es complicado, el vocabulario no es vulgar pero tampoco está cargado de cultismos, todo ésto facilita la comprensión del madrigal.
Se dan recursos como :
La metáfora 'Tormentos rabiosos', en la que obviamente con tormentos se refiere a aquellos ojos.
La sinestesia en 'dulce mirar'.
Antítesis al decir 'Ya que así me miráis, miradme al menos'.
Hipérbole con 'Si de un dulce mirar sois alabados', ya que exagera la realidad intencionadamente.

Conclusión: 
El madrigal nos cuenta como duele ese amor que no solo no es correspondido, sino que además le expresa furia, aunque al final admite, que prefiere eso antes que ni si quiera le mire.

Opinión:
El poeta escribe con naturalidad y eso hace sencilla la comprensión del madrigal, además el mensaje no es rebuscado y se agradece.

Ainhoa Esteve Alcaraz 1º CTC

















 

martes, 4 de febrero de 2014

Lázaro y su primer amo, el ciego


Argumento de "El Lazarillo de Tormes"


La obra es en realidad una larga epístola que el "autor" envía a un corresponsal anónimo (a quien trata de "Vuestra Merced"). Está dividida en siete tratados y cuenta en primera persona la historia de Lázaro González Pérez, un niño de origen muy humilde; aunque sin honra, nació en un río de Salamanca, el Tormes, como el gran héroe Amadís; quedó huérfano de su padre, un molinero ladrón llamado Tomé González, y fue puesto al servicio de un ciego por su madre, Antona Pérez, una mujer amancebada con un negro, Zaide, que le da a Lazarillo un bonito hermanastro mulato.
Lazarillo de Tormes visto por Francisco de Goya.
Entre "fortunas y adversidades", Lázaro evoluciona desde su ingenuidad inicial hasta desarrollar un instinto de supervivencia. Es despertado a la maldad del mundo por la cornada de un toro de piedra, embuste con el que el ciego le saca de su simpleza; después rivaliza en astucia con él en diversos célebres episodios como el de las uvas o el jarro de vino (un modelo de narración clásica) hasta que se venga devolviéndole la cornada de piedra con otro embuste, que le vale al cruel ciego descalabrarse contra un pilar.
Pasa luego a servir a un tacaño clérigo de Maqueda que lo mata de hambre, y al que sisa algo de pan de un arca que tiene; el clérigo lo confunde a oscuras (en su boca silba accidentalmente la llave del arca, escondida mientras duerme) y, tomándolo por culebra, descubre el engaño, le da una tremenda paliza y lo despide.
Después entra a servir a un hidalgo arruinado cuyo único tesoro son sus recuerdos de hidalguía y de dignidad; Lazarillo simpatiza con él, ya que aunque no tiene nada que darle, por lo menos le trata bien, si bien recurre a esa simpatía que despierta para conseguir que le dé parte de los mendrugos que consigue el muchacho al pedir limosna, ya que él no posee la dignidad de la hidalguía. El patético escudero termina por abandonar la ciudad y Lazarillo se encuentra de nuevo solo en el mundo.
Más adelante sirve Lázaro a un sospechoso fraile mercedario, tan amante del mundo que apenas para en su convento y le hace reventar los zapatos. Según Aldo Ruffinato, habría una alusión a las reformas monásticas por entonces de moda, en el sentido de "descalzar" o hacer más rigurosos los estatutos del clero regular, o quizás alusión a actividades sexuales hetero u homoeróticas. Sin embargo, Francisco Rico asegura que «no hay el menor inidicio para suponer tal escabrosidad», pues el sentido del texto es una simple abbreviatio o reticencia, procedimiento abundantemente usado antes, como cuando relatando sus aventuras con el ciego, Lázaro dice «por no ser prolijo, dejo de contar muchas cosas [...]», en elipsis que era común para terminar las cartas, teniendo en cuenta que todo el Lazarillo una larga epístola.
El tratado quinto es más extenso: narra una estafa realizada por parte de un vendedor de bulas o buldero. Lazarillo sirve al buldero y asiste como espectador, sin opinar, al desarrollo del timo, en el cual finge el buldero que alguien que piensa que las bulas no sirven para nada está poseso por el diablo, cuando en realidad está compinchado o conchabado con él; esto se descubre a posteriori, con una hábil técnica de suspensión. También este tratado sufrió la poda de la censura.
Los restantes y breves tratados narran cómo Lázaro se asienta con otros amos, un capellán, un maestro de hacer panderos y un alguacil y se hace aguador. Por último consigue el cargo de pregonero gracias al arcipreste de la iglesia toledana de San Salvador, quien además le ofrece una casa y la oportunidad de casarse con una de sus criadas, con la finalidad de disipar los rumores que se ciernen sobre él, ya que era acusado de mantener una relación con su criada. Sin embargo, tras la boda los rumores no desaparecen y Lázaro comienza a ser objeto de burla por parte del pueblo. Lázaro sufre la infidelidad con paciencia, después de toda una vida de ver qué es el honor y la hipocresía que encubre la dignidad realmente, ya que eso al menos le permite vivir, y con ello termina la carta, un cínico alegato autojustificativo que ridiculiza la literatura idealista del momento. Lázaro afirma que ha alcanzado la felicidad, pero para ello ha debido perder su honra, pues los rumores afirman que su mujer es la amante del arcipreste. Para mantener su posición, Lázaro hace oídos sordos a dichos rumores.

GARCILASO DE LA VEGA - ÉGLOGA I

 Aquí os dejo la Primera Égloga de Garcilaso de la Vega :




GARCILASO DE LA VEGA

ÉGLOGA I



 El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,                   5
de pacer olvidadas, escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado                     10
al ínclito gobierno del estado
albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;

  agora de cuidados enojosos                       15
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;                20
espera, que en tornando
a ser restitüido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita, innumerable suma                   25
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mondo sobras.
  
   En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día                30
que se debe a tu fama y a tu gloria
(que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria,                              35
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;                40
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.
 
  Saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes el altura
el sol, cuando Salicio, recostado                  45
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba,                               50
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,                              55
razonando con ella, le decía:
Salicio:
  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;                60
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay sin ti el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,                                 65
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              70
  El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre              75
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina,                80
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  Y tú, de esta mi vida ya olvidada,              85
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar, desconocida, al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera                     90
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo,
no recibe del cielo algún castigo?                 95
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento                100
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!                           105
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo                   110
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por desvarío,
vi mi mal entre sueños, desdichado!                115
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la sienta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,                            120
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.                                 125
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                  130
¿Cuál es el cuello que como en cadena
de tus hermosos brazos añudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,                            135
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              140
  ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto?
O ¿qué discordia no será juntada?
Y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,              145
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste,
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,          150
que el más seguro tema con recelo
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  Materia diste al mundo de esperanza              155
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza
que siempre sonará de gente en gente.              160
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin rüido
harán las bravas sierpes ya su nido;               165
que mayor diferencia comprendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  Siempre de nueva leche en el verano
y en el invierno abundo; en mi majada              170
la manteca y el queso está sobrado.
De mi cantar, pues, yo te vía agradada
tanto que no pudiera el mantüano
Títero ser de ti más alabado.
No soy, pues, bien mirado,                         175
tan disforme ni feo;
que aun agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mí se está riendo;                  180
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?              185
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento.
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío                                 190
mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
me estoy en llanto eterno!                         195
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
  Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan;
las aves que me escuchan, cuando cantan,           200
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan;
las fieras que reclinan
su cuerpo fatigado
dejan el sosegado                                  205
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aun siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              210
  Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mí segura.
Yo dejaré el lugar do me dejaste;
ven, si por sólo esto te detienes.                 215
Ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí una agua clara,
en otro tiempo cara,
a quien de ti con lágrimas me quejo.               220
Quizá aquí hallarás, pues yo me alejo,
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien le dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.
  Aquí dio fin a su cantar Salicio,                225
y suspirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena;
queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,
con la pesada voz retumba y suena;                 230
la blanda Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.
Lo que cantó tras esto Nemoroso,                    235
decidlo vos, Piérides, que tanto
no puedo yo ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.
Nemoroso:
  Corrientes aguas puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,            240
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno                                 245
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría                     250
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.
  Y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso en el reposo,
estuve ya contento y descansado.                   255
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,                                 260
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,                   265
pues no la ha quebrantado tu partida.
  ¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi ánima, doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,                  270
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro,
como a menor tesoro,                               275
¿adónde están, adónde el blando pecho?
¿Dó la columna que el dorado techo
con proporción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,                                280
en la oscura, desierta y dura tierra.
  ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver, con largo apartamiento            285
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto
que a sempiterno llanto                            290
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.            295
  Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena;
no hay bien que en mal no se convierta y mude:
La mala hierba al trigo ahoga, y nace              300
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en sólo vellas mil enojos,                  305
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable.
Yo hago con mis ojos
crecer, llorando, el fruto miserable.
  Como al partir del sol la sombra crece,          310
y en cayendo su rayo, se levanta
la negra escuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta
y la medrosa forma en que se ofrece
aquello que la noche nos encubre,                  315
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,                  320
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.
  Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,               325
del duro labrador que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos entretanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente,                           330
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide que a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,              335
trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas;
  desta manera suelto yo la rienda
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.                  340
Ella en mi corazón metió la mano
y de allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay, muerte arrebatada!
Por ti me estoy quejando                           345
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo!
El desigual dolor no sufre modo;
no me podrán quitar el dolorido
sentir si ya del todo                             350
primero no me quitan el sentido.
  Tengo una parte aquí de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño                   355
enternecer me siento que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros calientes,
más que la llama ardientes,                        360
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.                   365
  Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece                     370
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda,               375
me parece que oigo, que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?
  ¿Íbate tanto en perseguir las fieras?            380
¿Íbate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,               385
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo             390
a tus sagradas aras los despojos?
¡Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos!
  Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,                 395
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,                             400
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
donde descanse y siempre pueda verte                 405
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?
            ------
  Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,               410
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día,
la sombra se veía
venir corriendo apriesa                            415
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,                                420
se fueran recogiendo paso a paso.


CARLA IGUALADA MORAL 1ºCTC